A veces no es el amor lo que se termina, sino la paciencia, esa que dicen que es santa, porque resiste vientos y mareas y siempre acaba dando más de lo que debería. Ahora bien ¿Cómo no ofrecerlo todo por esa persona con quien hemos construido un vínculo afectivo y vital e incluso un proyecto de vida?
Está claro que queda justificado el que cedamos en ocasiones más de la cuenta, que perdonemos hoy mañana y pasado, y que esperemos un poco más con la esperanza de que las cosas mejoren… Pero en ocasiones, la realidad acaba cayendo por su propio peso para abrirnos los ojos.
El amor requiere de paciencia hasta un límite
Nuestro corazón no puede borrar de la noche a la mañana lo que siente, pero cuando se pierde la paciencia uno empieza ya a quitarse una tras otra todas las vendas que lo cegaban.
Hay quien dice que la paciencia es una virtud, pero está claro que esta dimensión no puede aplicarse a todos los ámbitos, y que además, debe tener unos límites. No podemos pasar una vida entera siendo pacientes viendo cómo se vulneran nuestros derechos, nuestras necesidades como seres que necesitan reciprocidad, cuidado, afectos y reconocimiento.
El amor requiere compromiso, voluntad y paciencia… pero hasta cierto punto.
Tal y como te indicábamos antes, a menudo suele definirse el concepto de paciencia como una virtud. La paciencia es la facultad que tenemos las personas para posponer aquello que nos aporta satisfacción, porque pensamos que esa espera, nos traerá cosas mejores.
También se define la paciencia como una habilidad: la que tenemos para tolerar situaciones desfavorables ante las cuales podemos tener o no tener el control. Ahora bien, cuando hablamos de amor, es necesario que mantengamos siempre el timón de nuestra propia realidad.
Hay quien se justifica usando esta palabra como una dimensión que hay que asumir: Las cosas están mal, pero ¿qué se le va a hacer? Hay que tener paciencia. “¿Qué podemos hacer si él o ella es así? No podemos cambiarlos, así que es mejor mantener la paciencia”…
No hay que confundir paciencia con pasividad
En realidad ahí está la auténtica clave. Podemos ser pacientes, podemos hacer de la paciencia nuestra mejor virtud porque nos ayuda a analizar mejor la situación, a saber observar, a ser reflexivos. No obstante, todo este proceso interior nos debe permitir ver la auténtica realidad.
Una persona paciente no tiene por qué ser pasiva. La persona pasiva hace de la tolerancia su forma de vida, permitiendo abusos hasta experimentar en piel propia como se vulnera su integridad. Y ello, es algo que nunca debemos permitir.
Los beneficios de ser paciente pero no pasivo
A la hora de establecer y mantener una relación afectiva, la paciencia es un pilar en el día a día que debemos reconocer. Está claro que no tiene por qué gustarnos cada aspecto, comportamiento o costumbre de nuestras parejas, pero no por ello vamos a actuar de forma impulsiva echándoselo en cara, y rompiendo la relación.
Somos pacientes, respetamos y toleramos porque amamos. Porque sabemos también que en toda pareja existe un tiempo para que las cosas se armonicen, para que todo encaje y comprendamos a su vez, las necesidades de cada uno.
La paciencia debe ser mutua y llevarse a cabo casi a modo de ejercicio. Yo soy paciente contigo porque te respeto y te quiero, porque te reconozco como persona y sé que amar no es solo querer las coincidencias, sino respetar también las diferencias.
Ahora bien, la paciencia requiere a su vez claridad emocional. Debemos saber dónde están los límites y comprender en qué momento se vulnera como personas, como miembros de una relación afectiva. No hay que ser pasivos ante las exigencias cargadas de egoísmos, ante la posición de priorizarse uno por encima del otro.
No hay que cerrar los ojos a las carencias ni ser impasibles al dolor emocional que nos provocan los vacíos, los desprecios o ese maltrato sutil ejercido a través de palabras envenenadas. Es aquí donde la paciencia debe caer, descorrer su velo para ver la verdad.
Cuando se termina la paciencia… ¿Qué?
Cuando se termina la paciencia llega la decepción porque ya somos conscientes de nuestra realidad en todos sus matices. En todos sus claroscuros. Ahora bien, esto no significa que debamos romper al instante esa relación de forma obligatoria si aún seguimos amando a la persona.
Es momento de hablar, de poner en alto cual es la situación y decir lo que sientes y lo que necesitas. No se trata de evadir el problema. Si ese compromiso nos importa, daremos todo lo que nos sea posible por mantenerlo.
Ahora bien, para que una relación prospere o sane esas carencias que nos hacen daño, el esfuerzo debe ser mutuo. En el instante en que uno ofrece más y el otro solo invierte sus propias excusas, la paciencia se acaba perdiendo por completo, y con ella, la decepción se convierte en un abismo insondable.
La paciencia no es la capacidad de esperar, sino la habilidad para comprender que merecemos cosas mejores