Algunos días me pregunto si alguna vez volveré a ser yo misma otra vez y, desafortunadamente, esos días parecen suceder más a menudo de lo que me gustaría admitir. Sí, las relaciones conllevan un gran esfuerzo, pero se supone que son divertidas. Cuando te encuentras con la persona adecuada, las relaciones son simples. Nadie merece estar en una relación en la que le temes a tu compañero, pero es algo cada vez más común hoy en día. Me avergüenzo de admitir que estuve en una relación en la que le temía al hombre con el que estaba.
Solo me tomó un día, un día en el que tuve el coraje suficiente para alejarme. Alejarme fue la mejor decisión que tomé, dejé que alguien obtuviera mucho de mí, y si no hubiera tenido el coraje de alejarme, no sé dónde estaría hoy.
Salí con alguien que me hizo perder mi autoestima.
Perdí mi sonrisa, esa que alguna vez iluminaba cualquier lugar al que ingresaba, solo porque él no soportaba verme feliz. Mi sonrisa era una molestia para él. Una vez que me deslumbró para que me enamorara de él, supo que me había atrapado y también que podía manipularme. Sabía que yo le comía de la palma de la manoy también sabía que no me iría. Gracias a él, yo ya no podía mirarme al espejo porque me sentía inferior, más de lo que jamás pensé que fuera posible.
Salí con alguien que me hizo perder la confianza en mí misma.
Gracias a él, perdí la confianza en mí misma y mi actitud desenfadada. Era la chica que no merecía cumplidos porque, simplemente, no los necesitaba. Gracias a él, ya no sentía confianza en mí misma.
Salí con alguien que creí conocer.
Pasé mucho tiempo convenciéndome de que él iba a volver a ser el hombre que conocí la primera vez, tanto que olvidé por completo el hecho de que eso era imposible. Yo, desesperadamente, quería creer que era solo una fase, pero no lo era.
Salí con alguien que ni yo sabía quién era.
El hombre que conocí no era él, era el hombre que él deseaba que percibieran. Resultó ser un mentiroso y un embustero. Constantemente, yo lo excusaba y desestimaba sus equivocaciones. Desesperadamente, deseaba que fuera el hombre que fingía ser, me cegaba a mí misma. Y debido a esto, hacía que las imágenes de nuestra relación lucieran perfectas en Instagram. Pensaba que, si las hacía lucir perfectas, nuestra relación sería perfecta. Gracias a él, le mentí a todos los que preguntaban cómo nos encontrábamos. Pensaba que, si mentía lo suficiente acerca de esto, se convertiría en verdad. Deliberadamente, decidí ignorar las señales porque lo único que deseaba hacer era ver lo mejor en él.
Salí con alguien que me hacía cuestionar a todos.
Gracias a él, me di cuenta que, tal vez, algunas personas no tienen nada bueno. Gracias a él, dejé de ser la persona que veía lo mejor en todo el mundo. Aquella que le daba a todos el beneficio de la duda.
Salí con alguien que era incapaz de amar a nadie más que a sí mismo.
Pensé que si descartaba todo y lo amaba completamente, conseguiría que él me correspondiera. Me llevó mucho tiempo comprender, pero ahora entiendo que es imposible hacer que alguien te ame cuando solo sabe amarse a sí mismo. Gracias a él, me sentía sola aun cuando me encontraba a su lado físicamente. Salía con un hombre que se rehusaba a besarme y se negaba a mirarme. Gracias a él, me sentía indigna. No importaba que estuviera sonriendo y feliz de verle, para él nunca valía la pena mirarme. Salí con alguien que, de forma intencional, me hacía sentir inferior para poder tener todo el poder. Para él era como un juego: cuanto peor me hacía sentir, mejor se sentía él.
Salí con alguien a quien dejé manipularme.
Cada vez que él me menospreciaba o ignoraba mis llamadas, yo sentía que lo merecía. Me hacía sentir que no merecía que me hablara. Cada vez que cuestionaba sus engaños, de alguna forma él me culpaba a mí. Era mi culpa que él me ocultara cosas porque “si yo confiara en él, no tendría que ocultarlas”. Era mi culpa que él le enviara mensajes a otras chicas en las redes sociales porque, “si yo confiara en él, no importaría con quien hablara”. Me manipuló hasta hacerme creer que yo estaba loca.
Salí con alguien que era celoso.
Por él, dejé de saludar con una sonrisa a aquellos con quienes hacía contacto visual porque él sentía celos de todos los que me conocían. Por él, me sentía culpable de ser amable. Para él, “yo era una zorra” por conocer a muchas personas del sexo opuesto. Gracias a él, me convencí a mí misma de que era una zorra, ya que él lo decía. Gracias a él, dejé de ser una persona chispeante para intentar que él me amara. Por él, pensé que si me sentía menos persona él dejaría de hacerme sentir culpable por ser yo misma. Gracias a él, cada vez que alguien me halagaba por algo, yo deseaba que no fuera verdad. Por él, deseaba ser menos persona de la que soy.
Salí con alguien que necesitaba rebajar a los demás para sentirse superior.
Él era el hombre que siempre estaba en una relación. Era y es el hombre que buscaba inmediatamente una nueva relación, porque no puede sobrevivir sin manipular a alguien. Él es el hombre que buscó una nueva relación 4 días después de romper conmigo. Realmente siento pena por la chica con quien está (y las chicas que vendrán después de ella) porque él seguirá haciéndola sentir de la misma forma que me hizo sentir. Nunca será feliz consigo mismo y la única forma que conoce para llenar su vacío interior es empequeñeciendo a los demás.
Salí con alguien que me hizo más fuerte.
Porque lo dejé, ahora me siento más empoderada que nunca. Porque lo dejé, recuerdo lo que es ser la chica que siempre sonríe, pero también recuerdo a la persona que me quitó todo esto. Porque lo dejé, recuperé mi vivaz sentido del humor. Porque lo dejé, he conocido a mucha gente que me admira por lo que soy y que no me rebaja por ello. Y nunca más toleraré que alguien lo haga. Porque lo dejé, sé lo que se siente ser amada de verdad.
Porque fue al dejarlo que aprendí a amarme a mí misma nuevamente.