
Tu teléfono se ilumina y tu corazón se acelera porque ves su nombre. Después de tanto tiempo, después de tantos “adioses para siempre” y “nunca más”, él está aquí de nuevo, dando un pequeño paso para arrastrarse de nuevo en tu vida. Y tú se lo permites, aunque sabes que no deberías.
Sabes que lo mejor es borrar ese texto sin siquiera leerlo. Lo sabes de sobra porque ya has vivido este mismo escenario más veces de las necesarias. Sabes que es tóxico. Sabes que esta vez nada será diferente. Pero tu esperanza te empuja a creer en él una vez más. Acallas esa voz interior que te grita que huyas de él y le dejas entrar una vez más.
En el momento en que abres el texto sabes que no deberías haberlo hecho. El sentimiento de culpa te consume. Sabes que te arrastrará de nuevo a su lío.
Es como un mal hábito que no puedes dejar. Le dejas entrar. Vuelves a confiar en él. Piensas que tal vez esta vez las cosas serán diferentes. Tal vez esta vez él está aquí para quedarse. Quizás esta vez tengas una oportunidad de ser feliz.
Ahora es un poco diferente. Está más atento. Nunca se olvida de ver cómo estás durante el día. Se acuerda de enviar un mensaje de texto con algo dulce para las buenas noches. Siempre hace tiempo. Vuelve a ganarse tu confianza. Te hace un hueco en su vida. Parece que las cosas por fin empiezan a encajar. Pero todo es una ilusión.
En una fracción de segundo, cambia de opinión. Se aleja una vez más, dejándote recoger los pedazos de tu corazón y tu dignidad, maldiciendo el día en que abriste y contestaste ese texto. Sabes que si no lo hubieras hecho, no estarías aquí de nuevo.
Sabes que volverá de nuevo. Juras que no volverás a dejar que se acerque. Ha cruzado todos tus límites. Por fin te has cansado de este ir y venir. Y ese sentimiento te persigue durante algún tiempo. Es una tristeza combinada con rabia y decepción. Pero la verdad es que no lo sabes. No sabes si todo ha terminado hasta que él envíe un mensaje de texto una vez más.

Sólo en ese momento sabrás si realmente lo has superado. Sabrás si lograste romper ese mal hábito. Porque eso es todo lo que es. No lo confundas con tu verdadero amor. Él está lejos del amor. El amor no te hace daño de esa manera. El amor no falta al respeto. El amor no juega. El amor no se va.
¿Te preguntas cómo sé todo esto? Lo sé porque yo fui tú una vez. Fui esa chica que abrió y contestó el texto cuando todo dentro de ella gritaba que no lo hiciera. Soy la que se creyó sus lamentables excusas. Soy la que confundió un hábito con el amor.
Y me costó mucho tiempo y fuerza no abrir ni contestar ese texto cuando llegó. Pero finalmente llegué al punto en el que ese texto no significaba nada; en el que sus palabras perdían todo su peso y carecían de sentido; en el que invitarle a volver a mi vida se hacía inimaginable.
Yo era su puerto seguro. Alguien con quien sabía que podía contar para estar ahí pasara lo que pasara. Alguien confiable. Alguien que le espera y le acoge de nuevo. Y él siempre navegaba de un lado a otro, sin importarle que el puerto quedara destruido. Sabía que el puerto se renovaría cuando él volviera de nuevo.
Tenía razón. Me renové. Porque cada vez que elegía irse, tenía que empezar de cero. Tuve que levantarme. Tuve que encontrar mi autoestima y sanarla. Tuve que recordar que yo también soy importante. Que mis sentimientos importan. Que tengo que aprender a quererme.

Y tan pronto como estuviera mejor, tan pronto como siguiera adelante, él volvería. Le daría la bienvenida de nuevo y volvería a estar en el principio con todo lo que construí en ruinas una vez más, y una vez más, hasta que finalmente me diera cuenta de que he tocado fondo. Hasta que me di cuenta de que él no va a cambiar, soy yo la que tiene que cambiar. Soy yo la que tiene que dejar de permitir que me haga daño.
Así que la siguiente vez que quiso volver, no se lo permití. La siguiente vez que su nombre iluminó la pantalla de mi teléfono, lo ignoré. No iba a dejar que todo el trabajo que había hecho en mí se desperdiciara esta vez. Me costó mucho tiempo y esfuerzo llegar a este estado de ánimo, encarrilar mi vida, sólo para poder arruinarla dándole más oportunidades.
Después de eso, todo en mi vida tomó un rumbo diferente. Nada ocurrió de la noche a la mañana. A pesar de todo, necesité algo de tiempo para sanar. Pero con el tiempo, las cosas mejoraron. Dejé de desperdiciar mi vida con él. Empecé a ver realmente mi propio valor. Descubrí lo mucho más feliz que soy sin él invadiendo constantemente mi vida. Encontré la paz a la que no renuncio.
Tú tampoco deberías. Te mereces mucho más que pasar tu vida esperando. Pasar las noches llorando. Pasar tus días esperando. Te mereces ser feliz. Te mereces a alguien mejor. Te mereces a ti misma. Así que la próxima vez que llegue su mensaje, su llamada o cualquier intento poco convincente de volver a tu vida, ¿qué harás?
