Si eliges estar en mi vida y me das lo mejor de ti, te lo devolveré.
Siempre haré más de lo que esperaba.
Siempre digo gracias y muestro aprecio.
Siempre te defenderé.
Incluso a tus espaldas.
Si me eliges a mí, siempre te elegiré a ti.
Y no me importa lo que la gente pueda pensar o decir.
Sus opiniones nunca dejé que influyeran en las mías.
Para mí la lealtad lo es todo.
Y tú siempre tendrás la mía.
Si veo algo en ti, eso es todo.
Eso es suficiente para mí.
Pero en el momento en que me haces cuestionar mi propio valor, es cuando dejo de intentarlo.
En el momento en que empiezas a buscar excusas que no quiero creer al principio, empiezo a mirarte de manera diferente.
En el momento en que dejes de responder o de demostrar que no te importa, yo también lo haré.
Lo segundo que se espera y no se aprecia, me detengo.
En el momento en que des por sentado mi amor o lo hagas sentir como una carga para ti, me iré.
Porque nunca debería tener que luchar para estar en tu vida.
No debería tener que competir.
Cuando te convierta en una prioridad, no me hagas sentir como una elección que tienes que hacer.
Cuando me salga de mi camino y ni siquiera puedas encontrarme a mitad de camino, me daré la vuelta.
Odio rendirme con la gente.
Pero más que eso, odio no sentirme lo suficientemente bien.
Como si mis esfuerzos deberían ser más.
Como si hubiera algún defecto que me impidiera ganar y merecer tu amor.
Como si lo mejor de mí no se ajustara a ti y a lo que quieres o necesitas.
Si quieres estar bien en mi vida.
Siempre lucharé por ti, pero nunca lucharé para que te quedes.
Y si llega el caso, abriré la puerta con una sonrisa y te dejaré ir sin decir una palabra.
Aunque no lo entienda o me rompa el corazón verte marchar.
Pero me despediré y no me detendré en ello.
Porque la verdad es que Ellos. Siempre Ven. Atrás.