Es una mierda.
Intentamos con todas las fuerzas ser perfectas para la persona que amamos.
¿Lo ves enojado? Te quedas callada. ¿Lo ves furioso? Te disculpas. Cada maldita vez que lo vez dando vueltas por la habitación, te culpas por cualquier cosa y por todo lo que molesta su estado de ánimo. Cada problema suyo se convierte en nuestro. Y no deberías tener que disculparte por tratar de amar y ayudar a alguien que se supone que te devuelve el mismo amor y la misma ayuda.
Estamos demasiado apegadas para irnos, pero demasiado cansadas para quedarnos. Son los recuerdos de “cómo era al principio” lo que nos motiva a seguir buscando eso en una persona cuyas intenciones han cambiado. El dolor de pasar de un sentimiento seguro y amado a un cuestionamiento si algo fue real en realidad es insoportable. Para que alguien cambie por completo y decida irse, no hace falta días, puede ser cuestión de horas.
Esa es la parte más difícil. El amor verdadero no cambia en el transcurso del tiempo, pero la diferencia entre lo real y lo falso parece habernos engañado.
Es graciosa la forma en la que pedimos disculpas a las personas que nos rompen el corazón. Ponemos nuestra felicidad en sus manos, pero después de romperla esperan una disculpa por nuestra parte. Bueno, evaluamos cada imperfección que tenemos y nos culpamos del desmoronamiento de una relación que construimos por nuestra cuenta. Nuestras disculpas solo sirven para reparar el vínculo que compartimos con ellos mientras ignoramos los pedazos rotos de nosotros mismos.
Merecemos más.
Merecemos tener a alguien con quien bailar, no a alguien que se siente en una mesa, esperando la próxima oportunidad para irse. Merecemos a alguien que compartirá una cerveza con nosotras, no a alguien que nos deje plantadas un sábado por la tarde y que en medio de la noche tengamos que ir a sacarlos a cuestas de algún bar. Merecemos a alguien que nos haga amar cada momento de la vida que pasamos juntos, no alguien que nos haga sentir como si siempre estuvieran esperando que nos fuéramos. Merecemos tener a alguien que nos ame con la misma intensidad que lo hacemos nosotras, no alguien que nos llame locas por amarlos de una manera más profunda de lo que ellos son capaces de entender. Merecemos a alguien que quiere decir lo que dice y se compromete a trabajar juntos por un futuro, no a alguien que pida espacio y nos aleje mientras más tratemos de amarlos.
No es justo recibir menos de lo que damos.
Lo único que debemos darnos cuenta es que cuanto más tiempo desperdiciemos en las personas que no merecen nuestro amor, menos tiempo pasaremos a lado de las personas que si lo hacen. El dolor de irse será mucho menor que el dolor prolongado que conlleva permanecer.
Estar enamorado no duele.