Clase de literatura inglesa, tercera fila, primer asiento, pelo rubio y una taza de té. Así es como le recuerdo. Todo era siempre completamente igual, excepto su ropa, por supuesto. Pero incluso eso era siempre parecido.
Soy un ratón de biblioteca, así que era sin duda una de mis clases favoritas. Siempre tenía mucho que decir, pero por suerte para mí, él era igual que yo. Y pude disfrutar de sus hermosas interpretaciones de citas y de la importancia de las novelas que habíamos leído. Dios, me derretía cada vez que le oía hablar.
Era tan inteligente y sentía que había aprendido más de él que de nuestro profesor. Pero siempre me daba demasiado miedo acercarme a él. Todos los días, durante la pausa para comer, nos sentábamos todos juntos. Bueno, todos menos él. Siempre estaba solo escribiendo algo.
Yo siempre me preguntaba qué estaría escribiendo en aquel cuaderno. Era enorme y ya había llegado a las últimas páginas. ¿Escribía su propia novela? ¿O quizá le gustaba más la poesía?
No podía saberlo, pero estaba segura de que su habitación estaba llena de libros. Me la imaginaba como una gigantesca biblioteca con el sofá más cómodo y olor a velas de canela. Un lugar donde podías sentarte a leer durante horas. Escapar de la fea realidad y entrar en la tierra de los libros que quisiera.
Sin embargo, la verdad era que mi realidad ya no era tan fea. Le tenía a él, y cada día que podía mirarle era una bendición. Pensé que me estaba enamorando. Pero eso era porque siempre había algo que él hacía que me hacía decir “Vaya, realmente es increíble”.
Por ejemplo, siempre me gustaron los perros. Y un día, cuando volvía a casa, le vi dándoles de comer en la calle. Entonces me di cuenta de que lo hacía todos los días. No tenía perro, pero compraba golosinas para dar de comer a los callejeros.
Un día le oí hablar por teléfono. Estaba organizando una obra de teatro que serviría para recaudar donativos para los niños hospitalizados. Supe que tenía que participar.
Una combinación de mi amor por la literatura, la actuación, él y hacer algo bueno por el mundo. ¿Podría ser mejor? Así que por fin llegó mi momento de acercarme a él. Fue muy amable, tal y como imaginé que sería. ¡Y conseguí el papel!
Creo que nunca había estado tan emocionada ahora que ya habíamos hablado durante unos minutos. Mi chico de la tercera fila incluso se daba la vuelta y me sonreía cada vez que empezaba la clase.
Era perfecto. Ni siquiera me conocía, pero aun así me saludaba y me prestaba atención. Me gustaba imaginar lo genial que sería tener una relación con él. Elegíamos libros juntos, veíamos las adaptaciones cinematográficas y hablábamos de lo que nos gustaría cambiar.
Estaba segura de que era un romántico, así que me lo imaginaba enviándome cientos de rosas o cantando frente a mi ventana. Daríamos juntos de comer a los perros y visitaríamos todos los bellos lugares históricos que esconde el mundo.
Pasaron 15 días y empezamos a trabajar en nuestra obra. Cada vez pasaba más tiempo con él y empezamos a intimar. Pasaron dos meses y empezamos a salir. Juro que no había nadie más feliz que yo en ese momento.
“Por fin, todos los sueños de mi vida se harán realidad”, pensé. Bueno, en realidad no resultó así.
Nada fue como imaginaba. No me enviaba flores, en cambio, sólo me hablaba de que debería buscarme otro trabajo porque demasiados hombres trabajan conmigo. No dábamos de comer a los perros juntos porque resultaba que a él le pagaban por hacerlo.
Nunca elegimos libros juntos porque no quería que interrumpiera sus planes de lectura. Y nunca vimos películas juntos. Pensaba que la gente que las veía perdía el tiempo.
Yo pensaba que era la persona más simpática del mundo, pero lo único que hacía era entristecerme. No le gustaban mis amigos y con cada palabra que decía me hacía sentir inútil. Pasé de ser la persona más feliz del mundo a la más confundida de todo el universo.
¿Cómo es posible que alguien tan perfecto en realidad no lo sea tanto? Es imposible que lo haya hecho todo mal, ¿cuál es el problema? ¿He hecho algo? Tal vez yo no era la mujer de sus sueños, así que no sintió la necesidad de esforzarse.
Supongo que sólo era una fantasía, y ahora sé cómo es la realidad. No creo que haya nada más difícil que dejar ir la idea de alguien. Pero sé que estoy en el camino correcto. Darse cuenta de que no era más que una fantasía es el primer paso, y suele ser el más difícil.
Así que, si eres como yo, sigue nadando. Un día llegarás a la orilla y todo lo que has soñado se hará realidad. Te enamoraste de la idea que tenías de él, pero no es quien realmente es. Así que táchalo y explora el ancho mar.