Amar sin apego, sin desarrollar dependencia es querer… sin necesitar. Es darnos al otro en libertad y de forma consciente para compartir un mismo proyecto donde nadie pierde, donde no se boicotean identidades ni caben los narcisismos. Vivir una relación de este tipo es posible siempre y cuando tengamos claros unos principios y unas fronteras, esas donde no vale cuánto nos amen, sino cómo nos quieran.
Antes de profundizar en esta idea, es necesario aclarar a qué nos referimos en este contexto cuando hablamos de apego. Desde el punto de vista de la etología, nada es tan importante para el ser humano y en especial para el recién nacido como esa vinculación afectiva. Es un lazo intenso y duradero esencial para nuestro desarrollo, una impronta donde el amor saludable nos ayuda a edificar también nuestra personalidad.
“Crear una relación dependiente significa entregar el alma a cambio de obtener un falso placer y seguridad”. -Walter Riso
Ahora bien, desde el punto de vista de las relaciones afectivas, el apego adquiere otra consideración. Queda claro que todos necesitamos esa base de seguridad donde saber que la otra persona está por nosotros. Que somos amados, que existe un compromiso y una serie de acuerdos que nos edifican como pareja. Sin embargo, aquí este término abona a menudo un terreno donde solo crece el temor y la inseguridad.
Edificar un amor basado en los apegos es necesitar del otro del mismo modo que el niño necesita de sus progenitores: para sentirse validado, nutrido, para hallar su lugar en el mundo. Es un querer despersonalizado e inmaduro donde solo hay necesidades, miedos y dependencias…
Amar sin apego, nuestra asignatura pendiente
Amar, sin desarrollar un apego dependiente, no es fácil. Si esto es así es porque la mayoría nos hemos acostumbrado a amar con condiciones. Queremos amores que se ajusten a nuestra talla, que llenen nuestros vacíos y el armario de nuestras soledades, que curen nuestras piezas rotas y que además, cosan a nuestra espalda esas alas con la que permitirnos volar. Lo queremos todo y nos olvidamos de lo más importante: empezar por nosotros mismos.
Nadie tiene la obligación de rescatarnos, de reconstruirnos o de hacer de nosotros aquello que siempre hemos soñado. La responsabilidad es exclusivamente nuestra. Sin embargo, nos hemos acostumbrado a darnos a los demás con la esperanza de sentirnos completos y realizados, de satisfacer cada una de nuestras necesidades. La explicación a este tipo de dinámica psicológica y afectiva, por curioso que nos resulte, se debe en exclusiva al tipo de sociedad en la que hemos sido educados.
Desde bien pequeños nuestra cultura nos ha transmitido la idea de que “felicidad” es sinónimo de poseer cosas. Algo así solo nos lleva a una angustiante realidad emocional: la eterna idea de que nos falta “algo”. De este modo, orientamos nuestra existencia a esa búsqueda constante por tener y acumular determinadas cosas con la esperanza de sentirnos bien. Desarrollamos vínculos obsesivos con objetos, ideales y personas pensando que de ese modo, daremos sentido a nuestra existencia.
Cadenas simbolizando la necesidad de amar sin apego
Este tipo de apego corrompe y oxida, nos vuelve eternos cautivos de aquello que creemos que nos falta. Empezamos a necesitar cosas y personas no por una necesidad auténtica o primaria sino por impulso social y emocional, por una ciego mecanismo que nos aboca al sufrimiento y al miedo a la carencia.
¿Vale la pena una existencia así? Desde luego que no. Darnos cuenta de ello nos permitirá no solo crear relaciones afectivas más saludables, sino llevar una vida más feliz y satisfactoria.
Amar sin apego, sin ansiedad, ¿cómo conseguirlo?
Amar en base a la ilusión y no a la necesidad implica querer al otro por lo que es, no por lo que queremos que sea. Es amar a alguien como amamos el sol, la luna y las estrellas. No podemos ni queremos que nos pertenezcan, pero agradecemos que estén ahí dándonos su luz, inspirándonos cada día y acompañándonos en nuestro trayecto vital. Que no las podamos considerar de nuestra propiedad no nos impide disfrutar de ellas.
Veamos ahora algunas claves para amar sin apego, para lograr una relación libre de dependencias.
Declárate: empieza por ti
Declárate afectivamente libre. Entiende que no debes necesitar a nadie para ser feliz. La felicidad debe partir primero de uno mismo en soledad, de esa autorrealización donde concebirse como una persona valiosa y digna.
Declárate una persona no apegada. Libérate del miedo a la abandono, de la angustia persistente a quedarte solo, deshazte uno a uno de todos tus “apegos” (ideales, esquemas, falsas concepciones heredadas…) Sé capaz de ofrecerte a alguien en libertad y no por la necesidad de cubrir tus soledades o vacíos internos.
Amar sin apego, sin necesidad, con ilusión
Recuerda que el amor envenenado no implica solo a la necesidad obsesiva de poseer al otro y formar parte de él. Es también la incapacidad de renunciar a esa persona cuando el vínculo es dañino.
Amar es tener muy claro lo que implica “el amor sin límites”⇔ Es sufrimiento, depresión, celos, es descontrol emocional, baja autoestima y dependencias.
Amar es invertir en nuestro crecimiento personal y en el del ser querido. Es permitirle espacios para ser y estar que enriquecerán la propia relación.
Pareja montada en un globo con forma de corazón simbolizando cómo amar sin apego
Asimismo, debemos ser capaces de erigir una relación basada en el intercambio libre, alejado de la ansiedad y la inseguridad. Hablamos de vínculos donde no hay necesidades obsesivas, pero sí fortaleza o generosidad. Esas que se producen gracias a la confianza y la complicidad, las que ofrece el “yo te dejo ser” porque “sé que soy amado”. Yo confío en quien me ha elegido, porque ama lo que soy y no está conmigo para alejar el fantasma de la soledad…