1. Tu necesidad de control.
Te encanta que la vida se ajuste a tu plan. Ansías organización. Ansías el orden. Te obsesiona que la vida funcione como tú quieres. Cuando las cosas tienen sentido, cuando puedes tener o encontrar las respuestas, o cuando tienes un control total sobre lo que te ocurre a ti y a tu alrededor, todo es genial.
La fe, para ti, parece una rendición de todo aquello sobre lo que has construido tu vida y has intentado mantener unido. En lugar de ver la verdad -que ceder a Dios el control permite la libertad-, sientes que vas a salir perdiendo.
Lo que no ves es que cuando dejas que Dios tome el control, permites que se cumpla Su plan, que se encuentre la verdadera felicidad y que se pierda el estrés y la ansiedad constante que te atormentan cuando te esfuerzas tanto por controlar lo que sencillamente no puedes.
2. Tu miedo a lo desconocido.
Te estás perdiendo una relación más profunda con Dios porque tienes miedo de lo que no puedes ver, no puedes saber o no entiendes. En lugar de hacer preguntas o buscar respuestas, en lugar de profundizar, o rezar, o aprender más sobre la fe para descubrir lo que buscas, alejas a Dios.
Tratas la verdad de Dios como una falacia simplemente porque te asusta lo que no conoces, pero si no buscas, nunca encontrarás.
3. Tu amor por todo lo material.
Lo antepones todo a Dios: tu dinero, tu ropa, tu casa, tu teléfono, tu coche, tus aparatos electrónicos. La lista es interminable.
Lo que realmente te impide formar una relación sana y profunda con tu Padre es el hecho de que valoras todo por encima de Él, sin dejar espacio para nada profundo o sustancial en tu corazón o en tu vida.
4. Te centras en lo impermanente.
El amor de Dios es para siempre, y sin embargo te centras tanto en cosas que no durarán: bienes materiales, relaciones humanas, emociones, cosas.
En lugar de poner tu amor y obediencia en la fe, en lugar de descansar tu corazón en lo que viene después de esta vida, estás demasiado atado a lo que tienes delante, que se desvanece a medida que pasa cada momento.
5. Tu necesidad de mirar hacia atrás en vez de hacia delante.
Tu relación con Dios está estancada porque estás condenadamente atascado en el pasado. Siempre estás mirando por encima del hombro, castigándote por el pasado, pensando en lo que ocurrió en lugar de en lo que podría ocurrir.
Sigues descuidando la verdad de Dios: que cada día es nuevo en Él. Y siempre, siempre hay esperanza.
6. Tu autoimagen negativa, o pensamientos autodespreciativos.
Tu autoconversación negativa es lo que te aleja del amor de Dios. No es que Él no te ame o no quiera amarte. No es que Él se mantenga alejado o no esté presente.
La verdad es que estás hablando continuamente con ira y crueldad a tu propio corazón. Te estás convenciendo de que no eres lo bastante bueno, en lugar de descansar en Su verdad: que siempre eres más que suficiente a Sus ojos.
7. Tu incapacidad para confiar en lo que sabes en tu corazón que es verdad.
Sabes que la palabra de Dios es real. Conoces Su profundo amor por ti, y cómo Él estará siempre contigo y en ti, pase lo que pase. Has visto milagros y bendiciones a tu alrededor. Te has fortalecido en Él. Y, sin embargo, tienes miedo de confiar de verdad.
La razón por la que no eres capaz de tener una relación profunda con Él se reduce a este simple hecho: estás dudando de lo que sabes que es verdad.
8. Tu deseo de felicidad personal, en lugar de la felicidad proporcionada por Dios.
No puedes profundizar en tu relación con el Padre si estás tan atascado en deseos egoístas o mundanos.
Esta vida es temporal, y cuando pones toda tu pasión y energía en perseguir las cosas y las personas de este mundo, te perderás para siempre todo lo que Dios ofrece: amor incondicional, perdón, esperanza y vida eterna.
9. Tu nerviosismo ante la posibilidad del cambio.
La verdad es que tienes miedo de tener una relación más profunda con Dios porque no quieres que las cosas cambien. No quieres que esta vida sea de repente más dura, o que haya pruebas de fe. No quieres despertarte y tener que elegir la fe en vez de una vida normal.
No quieres nada remotamente difícil, cuando te has acostumbrado tanto a la facilidad de tu día a día. Pero la fe es desafío. La fe es elección. La fe es pasión y amor y compromiso por las cosas bellas, y a menudo invisibles, de este mundo.
Tienes miedo de profundizar en tu relación con Dios porque estás demasiado ocupado intentando tenerlo todo resuelto, pero en el fondo sabes que Dios es la respuesta. Y estás preparado para dejar de buscar.