Los corazones, como los huesos, también se rompen. Cuando esto ocurre, la mente te engaña, te arrastra a una etapa de dura desesperación donde nos aferrarnos a cualquier hálito de pequeñísima e imposible esperanza. No obstante, poco a poco el corazón se resigna y la mente vuelve a su cauce, retorna a ese hogar donde reconciliarnos con la dignidad para transitar el duelo.
El tema de los corazones rotos es una de las realidades más frecuentes, sin que por ello generen costumbre. Solo como curiosidad, en los años 70 una de las canciones que más éxito alcanzó fue esa de los Bee Gees que decía: “¿cómo curar un corazón roto? ¿Cómo evitar que la lluvia caiga o que el sol brille?”… Había en esas letras un pequeño hálito de desesperanza, dejando entrever que el desamor es esa herida que al parecer nunca se cura.
“Es mejor haber amado y perdido, que nunca haber amado”.-Alfred Lord Tennyson
Otro aspecto llamativo y que han estudiado muy a menudo los psicólogos sociales es el hecho de que a las personas, por término medio, tememos mucho más al dolor social y/o emocional que al dolor físico. Por ejemplo, pensar en la rotura de uno o varios huesos no nos asusta tanto como sufrir una decepción, un engaño o una ruptura afectiva. Es más, nuestro cuerpo sabe bien qué hacer y cómo reaccionar ante una herida física o una infección.
Sin embargo, cuando se rompe una relación el cuerpo y la mente quedan bloqueados. Es más, tal y como nos dicen los expertos, el cerebro interpreta esa separación como una quemadura. Es decir, el dolor emocional se vive en el cerebro del mismo modo que una herida física, sin embargo, no sabemos muy bien cómo “reparar” ese impacto. De ahí, que la mente caiga durante un tiempo en un devenir de contradicciones, de falsas esperanzas, de razonamientos sin sentido…
¿Cómo nos engaña la mente cuando el corazón se rompe?
Tu mente te engaña, lo hace sin querer, lo hace porque está herida, perdida y unida aún a ese corazón fragmentado que no sabe muy bien cómo gestionar el rechazo, el adiós de un amor que hasta no hace mucho lo era todo. Cuando esto ocurre, quedamos atrapados en una compleja red de mecanismos de defensa donde negarnos lo sucedido y, por si esto no fuera poco, a nivel cerebral ocurren procesos aún más sofisticados y adversos.
Nuestra corteza somatosensorial secundaria y la ínsula dorsal posterior se activan de forma intensa. Estas estructuras están vinculadas al dolor físico, puesto que tal y como hemos señalado con anterioridad, el sufrimiento afectivo se vive a menudo de igual modo que el físico. Todo ello provoca que no podamos pensar con claridad, que nos auto-engañemos. Veamos ahora cómo lo solemos hacer.
Cuando tu mente te engaña, lo hace sin querer porque está herida.
1. He perdido a la persona más importante de mi vida
El dolor emocional provoca angustia y la angustia busca refugios, busca recovecos donde alimentarse a la desesperada. En esta etapa posterior a la ruptura es común que surjan esos pensamientos idealizados, pero dañinos, donde decirnos cosas como “he perdido a la persona más importante de mi vida, a la única que me podía hacer feliz”.
La mente te engaña, es más, te está secuestrando. La persona más importante de tu vida eres tú. Nuestra ex-pareja fue alguien importante durante una etapa que ya ha finalizado, y eso es algo que debemos asumir.
2. He hecho algo mal, debo decirle que “puedo cambiar”
La negación es la primera parte del duelo y es aquí donde inevitablemente nos aferramos a un clavo ardiendo. Es común culpabilizarnos, decirnos a nosotros mismos que hemos descuidado la relación, que hemos hecho algo mal que aún puede repararse.
De ahí, que intentemos casi de forma obsesiva convencer a la otra persona de que hay que intentarlo de nuevo, hacer borrón, resetearnos, reiniciarnos “porque lo nuestro” no se puede perder así como así. La mente te engaña, el corazón te duele y las buenas intenciones te atropellan mientras mantienes una venda en los ojos: la otra persona ya no te ama, y ante esa realidad ya no caben segundas partes.
3. La obsesión por conectar y saber de esa persona
Vivimos en la era de la comunicación inmediata, del refuerzo instantáneo, de la incapacidad de tolerar la frustración… ¿Cómo aceptar por tanto que la persona amada ya no me escriba más mensajes? ¿Cómo entender que me bloquee, que ya no quiera saber más de mí?
Nuestra mente inventará mil excusas para explicar su silencio, su negativa o la latencia a la hora de respondernos. Es más, incluso ideará mil estrategias para hacerle llegar ese último mensaje o esa propuesta desesperada. Estas dinámicas destructivas durarán hasta que la dignidad nos diga basta. Momento en que daremos esos pasos necesarios, como borrar a nuestra ex-pareja de la lista de contactos y redes sociales.
“A veces cuando una persona se va, el mundo parece despoblado”-Lamartine
4. Mi vida ya no volverá a ser igual
Esta afirmación es cierta, nuestra vida ya no volverá a ser la misma tras sufrir esa ruptura afectiva. No obstante, la mente te engaña si te susurra a media voz y de forma constante que no, que la felicidad está vetada para ti, que no vales para eso del amor, que lo que tocas se estropea o peor aún, que no vas a encontrar a nadie igual que esa persona que te ha dejado.
Semejantes pensamientos son una forma de absurda tortura. Desde luego que la vida no volverá a ser igual, será diferente, será nueva y es más, será mucho mejor al no tener a nuestro lado a alguien que sencillamente no nos amaba. O sí, pero de la forma equivocada.
5. Tengo que saber con claridad por qué ha dejado de quererme
Admitámoslo ¿hay una razón clara objetiva, tangible y milimétrica de por qué dejamos de querer a alguien? No siempre. Podemos obsesionarnos con ello y hasta desesperarnos, pero el amor en ocasiones se apaga sin que sepamos muy bien por qué.
Pueden haber segundas personas, puede haber infinitos pocos creando un mucho, pero la mayor parte de las veces los desamores no pueden traducirse en palabras… En estos casos, solo cabe la aceptación y ante todo la honestidad de quien ha dejado de querer, de quien con valentía deja claro a la otra persona que no hay vuelta atrás ni futuro por delante.
Para concluir, sabemos que no podemos confiar siempre en nuestra mente cuando el corazón está roto. Sin embargo, la mayor parte de las veces esa sensación y esos razonamientos forman parte del propio duelo. La aceptación de lo ocurrido pondrá orden en medio del caos, y poco a poco uno volverá sobre sus propias huellas al refugio de la propia autoestima, ahí donde iniciar una labor delicada e imprescindible: curar el corazón.